Silencio!! Cállate!! Deja de Contaminarme!!
¿No te ha pasado alguna vez que quieres callar a otro, de una manera desquiciante?
Creo que si.
Y en esta ocasión, me ocurrió conmigo mismo.
Si, quise, deseperada y infructuosamente, callar a mi yo interno, ese yo que no hace más que gritar lo mal que estoy, y sacar a la luz, los traumas del pasado.
Y por un momento, creí que no lo podría conseguir.
Y de hecho, no lo hice callar, sencillamente me puse a gritar aun más fuerte, para no poder escuchar su horrenda voz de trueno ensordecedor. Grité, y grité, hasta quedar sin aliento. Y no lo escuché más.
El problema fue que mi garganta quedó tan mal, que me resfrié. Lleno de malas cosas, cosas que pensé, cosas que podría pensar y cosas que nunca pensé que diría.
Dice el evangelio que lo que contamina al hombre no es lo que entra a su boca, sino que lo que sale de élla. Porque lo que entra a la boca, irremediablemente debe salir del cuerpo, mas lo que sale de la boca, eso sale del corazón, y daña y contamina sin cesar.
A mi me pasó eso, me contaminé yo mismo, para poder burdamente callar al demonio que me atormenta.
Y resulta que me di cuenta de que el demonio era yo mismo. Reflexioné, y llegué a esa conclusión: No hay peor enemigo que uno mismo.
Porque, a fin de cuentas, eres tú mismo el que te dañas, eres tú mismo el que mejor te conoce, y el que sabe bien de tus debilidades, eres tú mismo el que sabe cómo atacarte mejor.
Por eso, me pído a mi mismo, en una súplica deseperada: Cállate!! Deja de contaminarme!!
(Esta entrada es fiel reflejo de la corriente de la conciencia).
Quizas sea lo mejor para todos...
Creo que si.
Y en esta ocasión, me ocurrió conmigo mismo.
Si, quise, deseperada y infructuosamente, callar a mi yo interno, ese yo que no hace más que gritar lo mal que estoy, y sacar a la luz, los traumas del pasado.
Y por un momento, creí que no lo podría conseguir.
Y de hecho, no lo hice callar, sencillamente me puse a gritar aun más fuerte, para no poder escuchar su horrenda voz de trueno ensordecedor. Grité, y grité, hasta quedar sin aliento. Y no lo escuché más.
El problema fue que mi garganta quedó tan mal, que me resfrié. Lleno de malas cosas, cosas que pensé, cosas que podría pensar y cosas que nunca pensé que diría.
Dice el evangelio que lo que contamina al hombre no es lo que entra a su boca, sino que lo que sale de élla. Porque lo que entra a la boca, irremediablemente debe salir del cuerpo, mas lo que sale de la boca, eso sale del corazón, y daña y contamina sin cesar.
A mi me pasó eso, me contaminé yo mismo, para poder burdamente callar al demonio que me atormenta.
Y resulta que me di cuenta de que el demonio era yo mismo. Reflexioné, y llegué a esa conclusión: No hay peor enemigo que uno mismo.
Porque, a fin de cuentas, eres tú mismo el que te dañas, eres tú mismo el que mejor te conoce, y el que sabe bien de tus debilidades, eres tú mismo el que sabe cómo atacarte mejor.
Por eso, me pído a mi mismo, en una súplica deseperada: Cállate!! Deja de contaminarme!!
(Esta entrada es fiel reflejo de la corriente de la conciencia).
Quizas sea lo mejor para todos...