jueves, octubre 18, 2007

Pas du tout.

Encontré una cosita por internet.

Un cuento de un ayudante de Penal, Jaime Winter Etcheberry.

Acá va.

ASÍ FUNCIONA EN LOS SUEÑOS
Jaime Winter Etcheberry

“No hay nostalgia peor,
Que añorar lo que nunca jamás sucedió.”
Joaquín Sabina, Con la Frente Marchita

Se incorporó de golpe sobre la cama. La transpiración cubría su cuerpo. El sol todavía no se dignaba a aparecer y la oscuridad ocultaba la soledad de su habitación. Lentamente dejó de jadear e inspiró profundamente un par de ocasiones. Se pasó las manos húmedas sobre su pelo húmedo, estando todavía en esa tenue línea divisoria que divide la vigilia del sueño, en esa zona donde nadie reina, en ese lugar donde se puede estar en ambos imperios a la vez, pero en ninguno en realidad. Recordó ese sueño que acaba de terminar con un sobresalto, uno de esos sueños que parecen buenos, pero de los que nos levantamos con sensación de pesadilla. Será, acaso, que la pesadilla es que no sean reales?
Estaban juntos, en un sillón, conversando alegremente, como si nada hubiera pasado, como si todo fuera como fue. Había tantas preguntas que responder: Qué fue de ella, qué fue de él? Lo habían perdonado? O, Era a ella a la que había que perdonar? Y la frialdad del reencuentro? Y las heridas que sólo cicatrizan con el tiempo? Es que así funciona en los sueños; sólo lo esencial. Al fin y al cabo, navegando sobre la línea divisoria, existen esas preguntas que no existen en los sueños, pero aún no pensamos que valga la pena responderlas. Y, en realidad, a él le importaba una mierda todo lo demás, si allí estaba ella con su pelo oscuro y brillante, envolviendo toda la habitación. Trató de ver cuán largo era, pero no pudo, porque así funciona en los sueños.
De qué estaban hablando? No podía escuchar nada. Así funcionaban sus sueños, pero, la verdad sea dicha, la escena funcionaba a las mil maravillas como metáfora de la misma escena; Qué mierda importaba lo que estuvieran diciendo? No había más que sus ojos negros clavados en él mientras una sonrisa inundaba su rostro. No había nada más que eso en toda la habitación, literalmente. Definitivamente. Por más que trataba de evocar la escena, sólo había eso: ojos y sonrisa.
Y, tal como se sabe que cuando se separa la luz de las tinieblas es para crear una tierra que iluminar y oscurecer, las sonrisas se convierten en labios y los labios se convierten en besos y a pesar de la obviedad del contexto y de ser su propio sueño, no vio venir como los labios de ella iban a atacar con violencia los de él y luego cerró los ojos y pudo ver como ella cerraba los suyos y siguió viendo toda la escena, porque cerrar los ojos que ven la imagen, en un sueño, equivale a despertar. Y así, evocando la imagen, quiso meter la mano debajo de su pollera negra y arrancarle esa blusa de quién sabe qué color, pero no podía, porque el objeto del sueño no era el placer físico y el beso era una más una meta cumplida que mil veces sexo, más que mil gemidos que no podría escuchar.
Y, cumplida la finalidad, se despertó, un poco, no totalmente, sobre la línea divisoria, donde hacer una llamada a un amor perdido parece tener sentido, pero menos sentido que darse una vuelta más en la cama y esperar a que suene el despertador.
Cuando el sol golpeó con furia el helado piso de su cocina, él ya se encontraba totalmente despierto, con su habitual taza de café en la mano, a esa hora en que es una locura hacer una llamada, porque no se sabe que al otro lado te dirán “tuve el mismo sueño, amor”, pero es que así funciona en los sueños.

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