viernes, enero 16, 2009

El problema del Tiempo (primera parte)

Las agujas del reloj pararon.

El caminante pensó que la energía de la cuerda había acabado.

Le dio cuerda y nada, el reloj seguía detenido.

Pensó en que había fallado, en que se había echado a perder. Pensaba en cómo pasó eso. Siempre trataba bien a su viejo reloj de cuerda. Lo cuidaba, lo llevaba a mantenimiento periódico. Nunca se le había caido al suelo, o al agua. Menos lo había sumergido, a pesar de que el reloj era a prueba de profundidad de aproximadamente 100 mt.

¿Cómo esto ocurrió?

El caminante siguió caminando, pensando en estas interrogantes, y en otras que no son de importancia de este relator. Y en esas andanzas, el reloj empezó a andar. El hombre no se percató de ese sencillo hecho. Estaba preocupado de las dudas, de las preguntas que se formuló. Aparte de que no miró su reloj.

Pero ocurrió algo muy curioso. El reloj empezó a correr, pero hacia atrás, es decir, en el sentido opuesto, como si retrocediera el tiempo.

El caminante siguió su camino habitual a casa. Sus dudas se disiparon por motivos que me son desconocidos, pero volvió tranquilo, tan tranquilo que ni siquiera vio su reloj, en todo el largo camino a casa. Era casi como si por una necesidad inconciente, no debiese él mirar su reloj, casi como si no lo llevara puesto, pero lo suficientemente presente como para no preocuparse por él.

El hombre llegó a su casa, abrió la puerta, caminó por el pasillo central, y enfiló hacia el baño, para tomar una ducha, pues venía cansado, y deseaba asearse. Se sacó su reloj de pulsera, que seguía marcando el tiempo hacia atrás. No lo miró, pensó que seguía descompuesto, y sin pensar, se desnudó y se metió en la ducha.

El reloj iba ya tres horas hacia atrás.

Luego, el hombre salió de la ducha, se secó, y se puso su reloj, como si fuese (más bien, efectivamente era) un hábito. Nuevamente no reparó en que el reloj retrocedía en el tiempo.

Dio unos pasos hacia el dormitorio. Se echó en la cama un rato. Estaba algo cansado, no sabía muy bien porqué. Era lo de siempre, la rutina. Caminar. Dormió una siesta.

El reloj seguía yendo hacia atrás, cuatro horas y media hacia atrás.

Despertó sobresaltado. Sintió una punzada interna, casi clínica, pero suficiente para darse cuenta de que era una suerte de presentimiento. Algo estaba pasando. No sabía que era, pero estaba allí, en el aire, en el cadente movimiento de la inexistente brisa que entraba por la rendija de la ventana. Como una astilla en los sesos, imposible de sacar. Estaba intranquilo. Vagos pensamientos iban y venían a su atribulada mente. Sudaba. Se sintió sucio. Se levantó, y caminó al baño. Abrió la llave del agua, y el refrescante chorro que mojó sus manos le dio una diminuta cuota de seguridad. Se mojó la cara, y dejó que las gotas de agua cayeran por su rostro. Se miró en el espejo, con las manos en su cara. Y notó algo. Su reloj iba en el sentido correcto de las manecillas. pero eso era el reflejo. En ese momento miró su viejo reloj de pulsera y vio lo que pasaba. El tiempo retrocedía.

Se quitó el reloj, y lo agitó. trató de escuchar si había un problema de maquinaria, pero el reloj seguía sonando como si nada malo ocuriera. El ruido de las miles de piezas, unidas en una armonía casi perfecta, todas trabajando en el mismo sentido, todas unidas por el mismo propósito. No se podía explicar ese suceso. Y tomó una decisión. Llevaría su reloj al relojero. Necesitaba saber que ocurría. Y se vistió presuroso. Y salió de la casa.

El reloj ya daba cinco horas y dieciocho minutos de que empezó a retroceder.

Llegó al relojero, y le pidió que revisara el reloj de cuerda.

El viejo relojero tomó el reloj de pulsera del hombre, tomó también su lupa especial para verlo, y reparó al verlo, en el problema. Preguntó que había ocurrido. El hombre respondió que no sabía que había ocurrido, le había dado cuerda como siempre, nada fuera de lo común. El viejo relojero abrió el reloj con el mecanismo especial. Y miró dentro de la caja de oro. El mecanismo funcionaba a la perfección. Todo en orden. Los rubíes estaban en sus posiciones, las piezas en perfecto estado. Todo se veía funcionando en la manera adecuada. Entonces por qué iba hacia atrás, se preguntó el viejo relojero.

Le dijo al hombre que el mecanismo funcionaba a la perfección. Que las piezas estaban intactas, perfectas. Pero que no pudo saber por qué motivo el reloj iba hacia atrás, así que le dijo que hablaría con otros relojeros, y vería como obtener la solución al dilema.

El hombre partió al hogar, e instintivamente, miró su muñeca, ahora vacía, y sonrió tontamente.

El viejo relojero quedó intrigado con el dilema, y cerró su local. Llamó por teléfono a un amigo relojero, y le contó el problema. Quedaron de verse en el local del otro viejo. El relojero salió de su tienda, y enfiló hacia el lugar de encuentro.

El reloj ya daba siete horas y dos minutos desde cuando empezó a retroceder.

Cuando el relojero llegó al local de su amigo, lo saludó, y lo abrazó. Conversaron de que había sido de sus vidas últimamente, y cosas así. Y surgió el punto en cuestión. El reloj de cuerda. El otro relojero tomó el reloj, que seguía marcando la hora en dirección opuesta. murmuró algo imperceptible, y procedió a abrirlo. El viejo relojero le contó lo que había hecho, de que lo había revisado por dentro, y de que todo estaba en orden, pero que el reloj seguía yendo hacia atrás. El otro relojero ya había abierto la caja, y miró con un lente el interior. Si, todo se ve en orden, todo gira en el sentido correcto... Por qué va hacia atrás, preguntó. Yo no lo sé, dijo el viejo relojero. Le preguntaré al distribuidor del reloj. Tomó el teléfono y marcó el número. Habló con la secretaria del autorizado, y le contó el problema. Y la secretaria dijo que no se preocupara, le pidió la dirección del local, y dijó que lo irían a buscar de inmediato. El otro relojero preguntó si podía hablar con el autorizado, y la secretaria dijo que en este momento no podría, pero que hablaría con él cuando los funcionarios del autorizado lo trajeran. Y cortó. El viejo relojero preguntó que había dicho el autorizado, el otro relojero le contó todo. Una expresión de incertidumbre por la respuesta del autorizado apareció en sus caras. Por algún extraño motivo, el autorizado sabía algo que ellos no. Ese era el presentimiento que rondaba por sus mentes.

El reloj ya marcaba quince minutos para las ocho horas en que el problema había surgido.

Continuará.




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