sábado, octubre 27, 2007

Esa es otra historia.

Partamos del comienzo, ¿ya? Así nos entendemos mejor...

Ok, fue algo como esto:

Todo empezó aquella fría noche de agosto. Iba caminando por una cité del centro (no sé muy bien porque estaba ahí, pero esa es otra historia), y la cosa es que en cosa de segundos todo cambió. La vieja se tiró de la azotea, y me cayó encima. Desde ahí que no pude levantarme, la vieja estaba muerta (eso lo sé porque de la cabeza salía sangre a chorros, y tenía una pinta de fallecida que hasta un maquillador de muertos la hubiera reconocido como clienta tradicional) No pude mover mis piernas y así quedé inválido, en esta ridícula silla. Así fue.

Ahora, respecto de la segunda pregunta, bueno, aquí va:

En el medio de mi antiguo jardín había un hermoso rosal. Sus ramas rebosaban de bellas rosas rojas y blancas, botones perfectos y algunos pulgones escondidos entre las hojas y los pétalos. Resulta que mis primos habían ido a la casa, por el cumpleaños número 35 de mi padre, por lo que salímos a hacer lo de costumbre en esos casos: corretear como dementes por el vasto jardín. Entre tanto té helado y jugos de sabores tropicales, combinado con diferentes tortas (tres leches, chocolate y la clásica selva negra), la fatiga se hizo presente. Por lo que en vez de corretear, mis primos y yo decidimos jugar a la pelota. Pero surgió un serio inconveniente: no había pelota de fútbol. Las únicas pelotas que había en casa eran las de golf y las de ténis, que se guardaban en el closet de arriba, desde donde cuando tenía 5 años me caí, dejándome tres días en la clínica (pero esa es otra historia). En fín, subí al closet a buscarlas, y las encontré, entremedio de los palos de golf y las raquetas. Corrí a buscar a mis primos, para jugar. Llegué al jardín, y nos pusimos a jugar. Yo era arquero, y uno de los palos del "arco" era el rosal. Resulta que mi primo Andrés pateó un derechazo impresionante, y yo tuve que saltar para atajarla, y bueno, me caí en el frondoso rosal. Dos semanas en la clínica. Y quedó esta cicatriz. Así fue.

Y respecto a tu última pregunta, bueno, acá va:

Mi madre era jugadora de Bridge, una amateur, pero igual era bastante buena. Una vez, cuando yo tenía alrededor de unos 17 años, llevó a un grupo de amigas a jugar en la casa. Entre ellas había una joven, de unos 16 o 17 años de edad, hija de una de las amigas de mi madre. Muy bonita. Tenía el pelo rubio, y los ojos color azul turquesa. Nunca vi un par de ojos así. Tenía un cuerpo armonioso y bello, y su sonrisa era una sonrisa matadora. Me preguntaba porque vendría acá, con las viejas lateras, jugando Bridge (juego que por lo demás odio, pero esa es otra historia). Era raro. Vestía muy modestamente (en el sentido figurado). Usaba unos pantalones de tela, normales, y que no trataban de acentuar su figura espléndida, pero que lo hacían sin intención alguna. Una polera de tiritas, y dejaba ver sus curvos y perfectos senos. Me miraba y no podía dejar de hacerlo (debío ser, creía porque no había más que ver). Se acercó a mi, y me pidió algo de beber, a lo que la conducí a la cocina. Emiliana, la empleada, nos sirvió un vaso de Coca-Cola, y fuimos a la sala de estar, donde le mostré mi nuevo Nintendo. Y ella, mirando hacia alrededor, me pidió tácitamente que le hablara. Me percaté de la intención e inicamos una agradable conversación. A los cinco minutos, me calló. y me dijo que fuéramos a mi pieza. Yo al principio no entendía, pero cuando se me acercó súbitamente y me besó en la boca (fue mi primer beso, debo reconocerlo), entendí lo que quería, así que la llevé a mi cuarto, cerré la puerta, y ella se desnudó rápidamente. No sabía que hacer, y frente a la duda (lleno de nervios eso ténganlo por seguro), me desnudé de la misma forma. ella se me acercó, y me tocó. Yo le hice lo mismo, y de una u otra forma, supe que debía hacer. La besé apasionadamente y la tiré a la cama. Cuando estábamos a punto de realizar el coito, bueno, pasó lo que pasó. Mi madre abrió la puerta, para decirle a la niña (Consuelo, se llamaba) que se iban. Nos pilló in fraganti. Y casi gritó. Consuelo se puso su ropa rápidamente, antes de que mi madre pudiese gritar, me besó en los labios y me dijo "nos veremos en otra ocasión, Seba", y salío rápidamente. Mi madre estaba atónita, y no hallaba que decirle. Ahí fue cuando mi madre me dejó de hablar. Así fue todo.

Eso, gracias.

No más preguntas.

(La galleta de la suerte decía que ibas a encontrar la felicidad, pero no son más que porquerías)

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