lunes, agosto 13, 2007

Blossom.

Parecía un muñeco de nieve.

Pero distaba de serlo.

Era una amalgama de cosas.

En parte oro, en parte barro, en parte plata, en otra, bronce, y en otra agua.

Un ser que se acercaba a pasos agigantados.

Corría.

Gritaba. O más bien aullaba.

No pensaba. Emitía una extraña radiación.

Nada se le comparaba.

Era sensacional, y a la vez, burdo.

Tocaba el violín como nadie antes lo había hecho.

Una sutil melodía, que entonaba con fervor:

"Es tan graciosos hasta que alguien se hiere, luego es hilarante".

Incomprensible.

Inevitable.

El espectáculo llegaba a su fin. El telón debía cerrarse.

Pero algo ocurrió.

Las pesadas cortinas de terciopelo antiquísimo estaban inmóviles.

Nada las movía.

Nadie comprendía.

Nada.

El telón seguía ahí.

El ogro también.

Hasta que el silencio impertérrito se rompió.

El ogro, en un deseperado aullido, saltó hacia el público. Aprovechó de correr hacia la salida.

Nadie gritó, nadie se atrevió siquiera a abrir la boca.

Todos estaban tan confundidos que no supieron que hacer en el momento.

Y el ogro salió.

Nadie lo detuvo.

Y, si que nadie se percatara (todos miraban el forado que dejó el ogro), se cerró el telón.

(Imposible entender. Sólo queda aceptar)

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