jueves, noviembre 22, 2007

Catedral.

El aire enrarecido. Las luces tenues. La prédica abandonada. El confesionario vacío. Los cirios derritiéndose. Una mujer rezando frente al altar. Una tumba callada mira el triste espectáculo.
Tantos años pasaron, y nadie venía. Al principio era bondad, estaba el Señor; con el tiempo, los bancos quedaban vacíos, las señoras mor´pian, cada vez más paulatinamente la catedral se quedaba sin sus feligreses. Y el cura estaba ahí, cada día más viejo, como si el vino sacramental tuviera prolongadores de la vida, como si las hostias tuvieran ese elixir del que él siempre hablaba, como si los hábitos cada día más roídos por las polillas representaran su devoción, como si las bancas, carcomidas por las crueles termitas, esperaran algún fiel que se arrodillara en ellas, para rezarle a la Virgen.
El Cristo agonizante miraba con tristeza el páramo, igualmente la Virgen, con el niño en sus brazos, y aquel bello rosario de rosas marchitas.
Ni un alma en la catedral, más que aquella mujer rezando, y el cura que presenciaba la destrucción de su collado.
Y el cura se retiró, lentamente. su cuerpo no daba más.
Desfalleció antes de salir de la capilla, y la mujer, tomó su rosario, y partió a la salida.
La catedral murió aquel día.
Y Dios lloró por ver como la fe se desvaneció.
(Solo bastaba un "Disculpas aceptadas". como dicen por ahí, el Odio vive más que los Odiosos)

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