lunes, agosto 28, 2006

Hasta caer en el suelo.

Estas semanas han sido de miedo, llenas de controles y trabajos (jamás creí que vendrían, bueno, me equivoqué). Sin embargo, y a pesar de todo, sigo en pie, dando la batalla. Y es que nunca pensé que tendría a un aliado tan fiel como el Reiki. Este milagroso arte que me sanó, que me relaja y me da la chance de hacer algo bueno por los demás.
Creí que era un tipo despreciable, malvado y perverso, que solo se centraba en el materialismo y en la vanagloria que le proporcionaba la sociedad. No obstante, erré. Había alguien bueno dentro de mi, y ese ser malévolo se escapó. Vuelve a ratos, es cierto, pero ya no me controla.
Un esentimiento de bondad y ternura que inunda mi ser trata de entregar y no esperar nada a cambio. algo que creí que se había ido con ese niño que maté con mis acciones y pensamientos que me llevaron a ser quien soy actualmente.
Una paradoja muy curiosa, porque, si bien soy una persona algo rencorosa y despiadada (cuando quiero serlo, obviamente), en el fondo, amo a quienes me aman, a quienes demuestran su cariño y preocupación por este vástago, por este paria que dispara sin ver, a este mudo que grita estupideces. Es algo que me hace ser un hombre mejor, y que logra que el monstruo egoísta y vanidoso se vaya por un buen rato (creo que será muy difícil que se vaya definitivamente de mi, porque es parte de mi esencia).
A todos quienes contribuyen a mi mejoría, GRACIAS DE TODO CORAZÓN.
Y les digo, uno aprende a porrazos en esta vida, pero los porrazos innecesarios son totalmente obviables. Aprendan a obviarlos.
Saludos.