martes, enero 31, 2006

Inicio y Final de Acto (Historias Urbanas, Quinta Parte)

Me encanta salir de Santiago para las Vacaciones y en toda ocasión que se presente. En estas salidas, me desconecto casi totalmente de la urbe y su eterno desenfreno. El Celular muere, no hay más Tacos, el ruido cesa, y todo adquiere sentido, la tranquilidad inunda los espacios. Es tan agradable irse de Vacaciones, que cuando se va la gente, se le pasa por la cabeza la loca idea de quedarse en el sitio por todo el resto del año, o para siempre. Pero todos sabemos que las vacaciones, como casi todo en esta vida, tienen un inicio y un final. Es algo inevitable, inexorable, de lo que nadie puede escapar. Apenas el auto sale por alguna carretera, apenas despegamos del suelo, apenas zarpamos en busca de lo desconocido, apenas nos sumergimos en las profundidades del descanso, sabemos, patentemente que ese tiempo de calidad tiene un fin, y ese fin se ve más cercano que nunca, porque cuando planificamos, parece interminable, pero ya yéndose, sabemos que no será por mucho. Es en ese tiempo de calidad que disfrutamos del aire libre (del que tanto carece la capital), del mar (los que viajan a él), o de la montaña (si vamos a ella), o del desierto (si quedamos encantados con él) o de la isla (si logramos llegar). Es cierto que cuando estamos de vacaciones la pasamos bien, pero siempre hay cosas que nos hacen recordar a la urbe con nostalgia, los restaurantes, los “malls”, las salidas con los amigos, los “happy hours”, las discotheques, todo nos recuerda que en algún punto debemos volver al ritmo cotidiano que nos da la ciudad, ese ritmo que algunos necesitan, cual droga necesaria para la subsistencia; ese ritmo que algunos, como el autor, odian. Pero reconozco que no odio todo lo que se relacione con la urbe, no soy un ermitaño a final de cuentas, soy como dicen en una radio que me gusta, un “ser urbano”, siempre necesito a la maldita ciudad, ahí está todo, y no puedo negar que me encanta tener todo a mi alcance, en eso me reconozco como una persona cómoda. Sin embargo, es bueno abandonar a la ciudad cada vez que se pueda. Cada vez más se hace necesario, y ya no es por ‘placer, sino que por necesidad, hasta los especialistas recomiendan tomar vacaciones todos los años, y mientras más largas y mejor planeadas, mejor. Pero el hecho es que al final, las vacaciones terminan. Es triste, pero cierto. Es cosa de que cuando veamos en la carretera que cada vez más nos acercamos a Santiago, y los kilómetros que separan al lugar en que estamos y Santiago sea más corta, es sinónimo de que todo en la vida tiene un inicio y un final.

jueves, enero 12, 2006

Eterna Espera (Historias Urbanas, Cuarta Parte).

Si hay algo que odio de Santiago, y de todas las ciudades del mundo, son los maléficos y diabólicos, Tacos, y estos, no son precisamente el platillo típico de los Mexicanos, sino que los Atochamientos, tanto vehiculares como de personas. Odio el aglutinamiento de personas, me enferma, hace que pierda el control. Y es eso lo que detesto de los Tacos.



Me recuerdo del peor de todos. Fue hace diez años, una noche de Marzo, en la que volvía a casa, con toda la familia, estabamos en la intersección de Avenida Los Leones con Eleodoro Yañez, en un enorme Taco. Mi padre ya no daba más, estaba agotado, volvíamos después de un pasoe al Cerro San Cristobal, exhaustos y sudados hasta el cansancio. Y lo que más anhelabamos era llegar rápido a casa, pero no, por culpa de un estúpido camión, que había chocado con una estúpida micro amarilla, estabamos en aquella latosa procesión al hogar, retrasados en más de una hora (camino que usualmente demora 45 minutos, como máximo). Todos imaginabamos nuestras camas, una ducha para refrescar, alguna bebida, pero este grupo de ineptos, hizo que todos esos sueños se retrasaran aun más de lo que podrían hacerse.

Fue atroz, además, para colmo de males, a mi hermano pequeño le dieron unas horrendas ganas de orinar, y no podía aguantar mucho tiempo, así que mi madre se desesperó, necesitabamos llegar a un baño, lo más pronto posible, y el próximo servicentro se encontraba a cinco cuadras del lugar, por lo que los esfuerzos de apurar la cosa, fueron en vano.

Al final, estuvimos pegados en aquel Taco, alrededor de una hora y cuarenta y cinco minutos, tiempo en el que mi hermano ya no había podido contener las ganas de orinar (por suerte, mi madre llevaba pañales de respuesto, que por gracia divina había comprado). Y cuando pasamos por el accidente, mi padre solo pudo decir unas cuantas palabrotas al imbécil que había chocado, pero el cansancio era tal que no pudo hacer más que dirigirse a toda velocidad en dirección a casa.

Es por esta razón que detesto tanto a los malditos Tacos.

Más adelante, más historias urbanas.

martes, enero 10, 2006

Lluvia de gotas en un día de verano (Historias Urbanas, Tercera Parte).

¿Alguna vez han ido al centro en un caluroso día de verano? Me imagino que sí...

Bueno, siempre que camino por el centro de Santiago, me percato de una desagradable situación, tan cotidiana y de rutina, que casi nadie le presta atención debida alguna.

Y son las máquinas de aire acondicionado que penden de las ventanas de los edificios, sobre todo los antiguos, que dejan caer gotas de agua, condensada de el aire que filtran. A veces, estas gotas son más delgadas que la garúa, y otras son tan gruesas como un cuasi chorro de ague que cae a gran velocidad.

Me enferma que estas gotas caigan en mi persona, o en alguna cosa que lleve en particular (mochila, bolso, papeles, etc.), me saca de casillas, odio esas gotas, me recuerdan el horrible sudor que siempre recorre mi cuerpo, ese sudor que con tanto odio detesto, ese sudor que no puedo quitarme de encima.

Además, aparte de estas gotas, a veces, del cielo caen otras cosas, que provienen de animales muy conocidos por todos. Son las odiosas palomas, que repletan todos los rincones del centro de la urbe, y cuando nunca te lo esperas, dejan caer sus excrementos sobre ti, y quedas pasado a fecas de paloma, eso me enerva a tal punto que empiezo a despotrincar contra el que se me cruce por delante.

Hay veces en las que el centro es entretenido, pero cuando uno empieza a fijarse en los detalles, se hace toda una travesía, y en cada rincón encuentras algo extraño, a veces bueno, y a veces malo (la mayoría de las veces suele ser algo malo).

Más adelante, más historias urbanas...

miércoles, enero 04, 2006

Descenso al abismo y el malvado Dragón Azul (Historias Urbanas, Segunda Parte)

Si hablamos del verdadero terror, hay que hablar del malvado Dragón Azul, ese malvado ser que traga a sus víctimas y las escupe con la misma facilidad con las que last traga. El descenso que todos los días la gente de esta enorme ciudad debe hacer para trasladarse, realmente me aterra.

Hundirse en el averno santiaguino, para encontrarse con un enorme "dragón" azul (hay uno nuevo, que es naranjo, pero son de la misma especie) que lo traga, aunque todos creen a ciegas que es un método de transporte, yo sin duda sé que este dragón espera el momento preciso para digerirnos.

Lo que hace, es sencillo. Todos entran en sus bocas (tiene muchas, tanto a la derecha, como a la izquierda, estas últimas, en el sentido en que viaja el dragón, no se abren, a menos que el dragón mismo lo diga, y llegando a casa), y creen que todo está bien, pero es en ese momento en que empieza su proceso alimenticio. Unos entran (nueva comida) y otros salen (al dragón no les gustó su sabor), los que salen, hay veces en que son escupidos por el dragón. Casualmente, el dragón, para guardar las apariencias, los escupe donde su comida debe ir (trabajo, estudio, etc.), y es por esto, que nadie sospecha de él.

Todos confían en el dragón, y lo llaman "el Metro". Pero yo no creo en sus cuentos.
Yo vi al dragón comerse a un hombre que entró por su primera boca. Fue atroz. Espero no volver a verlo.

Y todos los que creen que están a salvo, a ellos se los come con gozo y deleite.

A mi, el dragón azul y el naranjo, no me comerán, y si me tragan, trataré de hacerlos vomitar. Es la única manera de sobrevivir.

Más adelante, más cuentos urbanos.